Quienes conviven con alergias alimentarias saben que lo que se imprime en una etiqueta no es solo una lista, sino una advertencia más que vital, motivo por el que la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) suele poner el foco en la necesidad de destacar los alérgenos en las etiquetas de los productos envasados, ya sea con negrita, con un tipo de letra distinto o cualquier recurso tipográfico.
Esta exigencia responde al Reglamento (UE) 1169/2011, que marca las pautas sobre la información alimentaria al consumidor, y en el mismo se especifica que en las etiquetas deben aparecer sí o sí 14 alérgenos principales: gluten, crustáceos, huevos, pescado, cacahuetes, soja, leche (incluida la lactosa), frutos de cáscara, apio, mostaza, sésamo, dióxidos de azufre y sulfitos en ciertas concentraciones, altramuces y moluscos.
Cuando no hay una lista de ingredientes, la ley exige otra fórmula: “Contiene + alérgeno”... y si existe riesgo de contaminación cruzada, es decir, una presencia no intencionada del alérgeno, debe indicarse con frases como “Puede contener...”.
Además, la seguridad alimentaria no se limita a los productos envasados, de modo que la AESAN subraya que la información sobre alérgenos es igualmente obligatoria en restaurantes, ventas a granel y pedidos a distancia, como por Internet o teléfono.
Por otra parte, según el Real Decreto 126/2015, los consumidores deben poder acceder a estos datos de manera escrita o, si no, verbalmente, siempre que exista la posibilidad de consultar la información por escrito si la solicitan.
Además, otro aspecto clave es la legibilidad de las etiquetas, motivo por el que a menudo lanzan campañas como #Safe2eat con la EFSA, para informar y comprometer a los europeos con la seguridad alimentaria.
La clave es que no se trata solo de cumplir con la normativa, sino de asegurarse de que cualquier persona, sin importar su edad o visión, pueda acceder a una información clara, porque la etiqueta es el canal de comunicación entre el operador alimentario y el consumidor.