En los últimos tiempos la ciencia ha avanzado mucho, sin embargo, no ha terminado de dar con una cura definitiva para las alergias, algo que según los expertos aún se antoja lejano. El tratamiento más común son los antihistamínicos, que actúan bloqueando la histamina, una sustancia que juega un rol central en la respuesta inmune, sin embargo, estos fármacos no curan la alergia, sino que sólo alivian sus efectos temporales.
Detrás de cada reacción alérgica hay una confusión del sistema inmunológico, que percibe como peligrosas sustancias que, en realidad, no lo son. A lo largo de los años, se ha intentado ir más allá del alivio de síntomas con métodos como las vacunas de inmunoterapia, que funcionan exponiendo al organismo a pequeñas dosis del alérgeno para reforzar la tolerancia. Sin embargo, estas requieren inyecciones periódicas y no siempre ofrecen una solución duradera.
Entre las estrategias más esperanzadoras figuran las llamadas terapias biológicas, centradas en la acción de los anticuerpos. Un ejemplo es el omalizumab, un medicamento inicialmente desarrollado para el asma que, en estudios recientes, demostró ser eficaz también para tratar la rinitis alérgica; y aunque fue aprobado hace más de veinte años, su potencial frente a las alergias sigue siendo motivo de investigación.
Estos tratamientos representan un paso importante, pero no bastan por sí solos, pero para lograr una cura real, la ciencia necesita comprender mejor el mecanismo interno de las alergias, siendo este el mayor reto para abordar esta situación.
Uno de los grandes obstáculos es que aún no sabemos por qué unas personas desarrollan alergias y otras no, al tiempo que tampoco comprendemos por qué algunas reacciones alérgicas persisten durante años si los anticuerpos relacionados suelen desaparecer con el tiempo.
Dos estudios recientes apuntan a una posible respuesta, de manera que ciertas células inmunológicas, que normalmente producen anticuerpos IgG, pueden transformarse y generar inmunoglobulina E (IgE) al contactar con alérgenos, lo que explicaría la “memoria” alérgica.
Este descubrimiento podría marcar un antes y un después, pero también muestra lo compleja que puede llegar a ser esta condición.
Para complicar aún más el panorama, las alergias están en aumento global debido a múltiples factores, entre los que destaca la llamada “hipótesis de la higiene”, que sugiere que si durante la infancia no nos exponemos a suficientes microorganismos, el sistema inmune se vuelve más propenso a reaccionar exageradamente ante estímulos inofensivos más adelante.
También influye el cambio climático, que al alterar las temperaturas y los ciclos naturales, prolonga las temporadas de polinización o introduce nuevas especies vegetales en distintas regiones; a lo que habría que sumar la contaminación atmosférica, que agrava las afecciones respiratorias al combinarse con los alérgenos ya existentes.
El caso es que nunca habíamos comprendido tanto como ahora estas situaciones, pero los desafíos siguen siendo enormes, y sólo entendiendo completamente cómo y por qué reaccionamos a las alergias, podremos aspirar algún día a una cura. Hasta entonces, seguiremos avanzando poco a poco, con un horizonte que se antoja aún lejano.