Hay enfermedades que nos acompañan desde siempre, como es el caso de la sarna, conocida desde tiempos inmemorables, y de la que hay referencias bíblicas e incluso anteriores. Sin embargo, en la actualidad, erróneamente se considera que es algo propio de la antigüedad o se asocia a miseria, suciedad y mala higiene, lo cual está muy lejos de la realidad.
En este sentido, Cristina Galván, vicepresidenta de la Asociación Internacional para el control de la Sarna (IACS) y miembro de la Fundación Lucha Contra las Infecciones ha protagonizado una ponencia en el simposio Retos epidemiológicos en la dermatología actual: enfermedades con incidencia creciente y estrategias de prevención, que tuvo lugar en el marco del 50º congreso de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), estos días en Santiago de Compostela.
Según cuenta un amplio reportaje publicado en el diario El Mundo, la sarna es una de esas enfermedades con incidencia creciente, aunque muchos lo asocien con otras épocas; y tiene una implicación importante, ya que no existe de momento ningún medio para cultivarlo y para probar tratamientos. "El único medio de cultivo que tiene es la piel del humano vivo", ha explicado Galván, que ha indicado que tampoco hay modelos animales, aunque ha aclarado que "haberlos los hay, pero basados en Sarcoptes 'primos', como la variedad de los conejos o de los cerdos".
Además de esa dificultad para la investigación, tiene una implicación social importante, ya que "el contagio es habitualmente humano con humano, piel con piel. Si nadie estuviera afectado, nadie se contagiaría", ha explicado la experta.
La sarna o escabiosis se produce porque el ácaro escarba túneles en la piel del humano y va depositando ahí sus huevos y deyecciones. El parásito, sus huevos y excrementos son los que provocan la reacción inmune de nuestro organismo, que se manifiesta con dermatitis y un enorme picor que lleva al rascado. Es difícil que se contagie simplemente por dar la mano, y se necesita un contacto cercano y duradero, "como en la convivencia cercana en el caso de las comunidades o el hacinamiento relacionado con la falta de acceso a una vivienda digna, no la falta de higiene", detalla Galván.
Hay publicaciones que señalan un aumento de esta enfermedad durante el confinamiento, que es lógico porque hemos convivido más en casa con nuestros familiares y además, y no podíamos ir al médico o nos daba miedo, así que no había forma de poner tratamiento.
La sarna no sale sola, y se debe a que alguien en la familia está infectado y se lo ha pasado a los demás y si no se trata se contagia exponencialmente. "Tampoco todo el mundo hizo igual el confinamiento...", ha subrayado Galván, que ha recalcado que el número de casos en el mundo sube y baja, aunque "la incidencia de la sarna va por curvas", y este aumento comenzó antes de la pandemia.
Entre las razones a destacar para estos vaivenes y el hecho de que la sarna siga entre nosotros milenios después está que "no es una enfermedad de declaración obligatoria en ningún lugar del mundo, solo cuando se producen brotes profesionales, como los trabajadores de un hospital, o brotes institucionales, como en una prisión o una residencia de ancianos".
Además, según la experta, "el germen es muy silencioso, tardas entre tres y seis semanas en tener picor y saber que tienes la enfermedad, tiempo en el que puedes estar contagiando a más personas. Si alguien ha tenido una relación sexual esporádica es posible que no contacte después a esa persona para decirle que tiene sarna y se lo ha podido pegar. Incluso cuando se dice, la persona a la que se le comunica puede pensar 'pero si a mí no me pica nada', da igual, si has tenido contagio te va a picar".
Otro aspecto importante que explica esa permanencia invisible de la sarna es que no se considera una enfermedad grave, ya que no mata, aunque afecta a la calidad de vida, pica más por la noche, y al no poder dormir no se rinde bien al día siguiente en el trabajo.
Con todo, estamos ante la primera causa de enfermedad renal y cardiaca en los países sin recursos porque el rascado favorece las infecciones, de forma que "las personas con sarna que no tienen acceso al tratamiento tienen siempre infecciones por bacterias, por dos cosas: primero porque se rascan y segundo porque se ha demostrado que el ácaro de la sarna paraliza el sistema del complemento, fundamental en la respuesta inmunitaria porque nos sirve para luchar contra las bacterias. O sea, tienes una herida por el rascado, la sarna favorece que te infectes y esa infección mantenida favorece la enfermedad renal y cardiaca. Nuestros bisabuelos y tatarabuelos se morían de enfermedades cardiacas porque no existía la penicilina. Ahora si tienes anginas y te dan penicilina, esas enfermedades de las válvulas cardiacas ya no existen. Pues en los países sin recursos suceden no por las anginas sino por la sarna no curada. Es decir, que la sarna sí es importante", incide Galván.
No hay cifras, no se comunica y no se considera grave, y además, tampoco la ciencia le dedica demasiado espacio, por lo que la dermatóloga pone como ejemplo el Global Burden de The Lancet, publicado en 2019, que muestra la carga que supone una enfermedad en el mundo, y afirma que "de todas las enfermedades que afectan a la piel las que más espacio ocupan son el acné y la sarna, ambas un 0,19 % del total de DALYs [el número de años perdidos por discapacidad] a nivel global. La psoriasis es 0,14 %, la alopecia areata apenas un 0,024 % y la mayor es la dermatitis (0,39 %) porque la dermatitis engloba todo, simplemente significa que la piel está inflamada".