La piel puede jugar un papel importante a la hora de evitar padecer alergias alimentarias, ya que puede ser la puerta de entrada para el desarrollo de alteraciones del sistema inmunitario que se manifiestan en diversas partes del organismo.
Existen nuemrosas razones para mantener una piel sana, ya que esta constituye una barrera de protección frente a las agresiones externas; de forma que un buen cuidado de la misma no solo amortigua la aparición de arrugas y otros problemas estéticos, sino que contribuye de forma decisiva a prevenir infecciones y evitar el desarrollo de cáncer de piel, entre otras cuestiones.
Ahora, a todo esto se suma un nuevo motivo para salvaguardar la integridad de este extenso órgano, que no es otro que prevenir las alergias alimentarias.
A primera vista, no parece que exista relación alguna entre la capa más externa del organismo y un problema que parece más asociado al aparato digestivo; sin embargo, la conexión existe y ha sido descrita por el Grupo de Alérgenos Vegetales de la Universidad Politécnica de Madrid, liderado por la catedrática Araceli Díaz Perales, y los resultados de sus investigaciones han sido publicados en la revista Scientific Reports.
Según esta científica, el punto de partida fue que “llevábamos bastante tiempo trabajando en alergia alimentaria y una cosa que nos sorprendía mucho es que los alérgenos, es decir las proteínas que inducen la alergia, no tienen nada especial, son proteínas normales”. El asunto era determinar qué es lo que lleva a que el cuerpo humano se rebele contra esas proteínas, y había algo que parecía definitivo: la respuesta no estaba en el tracto digestivo.
Según Díaz Perales, “tratando de explicar cuál podría ser la relación, vimos que la alergia tiene un origen inmunológico muy parecido al de cualquier enfermedad autoinmune”.
En la práctica, el carácter de patología autoinmune de la alergia implica, según la investigadora, “que cuando alguien experimenta los síntomas su enfermedad lleva gestándose mucho tiempo y no se puede explicar con una única causa, sino que es una tormenta perfecta en que la piel juega un papel fundamental”.
Así las cosas, la secuencia comenzaría con una agresión en la piel, que puede ser una quemadura solar, tratamientos químicos, una enfermedad vírica importante… “Ese primer evento induce o activa el sistema inmune y, además, lo hace de tal manera que no resuelve completamente la agresión, de modo que se queda una memoria en la piel”, según la experta.
La consecuencia de esa memoria inmunológica de la piel es que, cuando vuelva a ocurrir esa agresión y además el agente agresor se combina con un alérgeno, esto va a provocar una respuesta alérgica, y puesto que la piel, el tracto digestivo y, en general, todas las mucosas están conectadas desde el punto de vista inmunológico, lo que ocurre en la piel tiene su reflejo en el resto de las partes del sistema inmune.
Así las cosas, si alguien se ha sensibilizado frente a un alérgeno alimentario a través de la piel, las células de su tracto digestivo también van a defenderse frente a esa proteína.
El grupo de Díaz Perales se centró en la alergia a proteínas de melocotón y en sus experimentos con animales buscó la respuesta ¿cómo puede un alérgeno de melocotón estar en contacto con la piel y luego dar lugar a una respuesta inmunitaria en el tracto digestivo?, y “la respuesta en este caso en concreto, que no es único, está basada en el componente lipídico (graso) del alérgeno mayoritario del melocotón”, explica la catedrática, que reconoció que "este lípido concreto, que es la fitoesfingosina, se utiliza en muchísimas cremas dermatológicas porque se le atribuyen propiedades antioxidantes y rejuvenecedoras".
La hipótesis con la que trabajan los investigadores parte de la noción de que durante un periodo de su vida, generalmente la infancia, las personas que acaban desarrollando alergia al melocotón pueden haber sufrido agresiones en la piel, como quemaduras solares repetidas durante el verano.
Para hidratar la piel tras las lesiones, lo habitual es poner crema, que podría contener el principal componente de la alergia al melocotón, es decir, la fitoesfingosina. Esta se absorbería y penetraría más porque la piel está dañada, activando una respuesta alérgica; y posteriormente, cuando esa persona se coma un melocotón, la fruta llegará al intestino, donde se absorberá el alérgeno que, como ya es reconocido por las células del sistema inmune como algo maligno, inducirá los síntomas propios de la alergia alimentaria.
La investigadora ha aclarado que, además de la sensibilización a través de la piel por ciertos ingredientes de las cremas cosméticas, también pueden influir otros factores, como la contaminación o componentes de las telas con las que se confeccionan tejidos. Asimismo, ha hecho hincapié en que el problema es fruto de un conjunto de elementos, de forma que “si te pones directamente la crema sobre la piel sana no produce este efecto”.
En los experimentos que llevaron a cabo con un modelo de ratón, los investigadores inducían la agresión en la piel con crema depilatoria, que tiene entre sus componentes activos una sustancia que aumenta la permeabilidad para facilitar la salida del pelo. Cuando aplicaban el alérgeno de melocotón sobre la piel de los roedores, pasaba directamente a la zona subcutánea y se ponía en contacto con las células del sistema inmune.
Extrapolando estos hallazgos a lo que ocurre en humanos, el resultado final es la sensibilización, que convierte a una persona sana en alérgica, de forma que “cuando estas señales de estrés están presentes, la piel se vuelve especialmente sensible a los estímulos del medio. A partir de ahí, somos incapaces de discriminar qué nos hace daño y qué nos es beneficioso, y todo pasa por ser detectado como un enemigo. En ese momento, si nuestra piel entra en contacto con un alimento, va a tratar de defenderse contra algunas de las proteínas presentes en él, y es así cómo empezaremos a desarrollar una alergia frente a él”, ha explicado la especialista.