La alergia es una de las alteraciones inmunológicas crónicas más frecuentes y puede iniciarse en los primeros meses de vida o aparecer de forma inesperada durante la edad adulta, y normalmente ocurren porque el sistema inmune reacciona frente a una sustancia que para la mayor parte de la población resulta inocua. Lo curioso es que a veces desaparecen solas, sin necesidad de aplicar ningún tratamiento.
Las alergias se producen por una enorme variedad de sustancias tanto biológicas como sintéticas, aunque las fuentes de sensibilización más habituales son los pólenes, alimentos, ácaros, epitelios de animales, venenos de insecto y medicamentos. Cuando el sistema inmune funciona bien, nuestras defensas atacan a los microorganismos invasores, como los virus y bacterias, y los destruyen. Pero en el caso de la alergia, el sistema inmune identifica equivocadamente proteínas que están presentes en la piel de una mascota o en un alimento en perfecto estado. Las reconoce como un peligro para el cuerpo y, a partir de ahí, organiza “sus defensas”.
Aunque existe un claro componente hereditario, la alergia puede comenzar inesperadamente con una molesta dermatitis, o podemos sentir una reacción a algún alimento o una alergia estacional respiratoria. Por tanto, puede aparecer cuando uno menos lo espere.
Para poder estimular el sistema inmune tienen que atravesar las capas de células del epitelio que recubren nuestras vías respiratorias y nuestro aparato digestivo. Esta estructura celular no es una simple muralla de contención, aunque también, sino que es una estructura dinámica que establece un autentica conversación molecular, celular e inmunológica una vez que un alérgeno la atraviesa.
Esa capa celular se completa con una capa de bacterias que convive con nosotros y que suponen el 2 % de nuestro peso corporal, nuestra microbiota. Cuando alteramos esta estructura, por un tratamiento con antibióticos o un excesivo consumo de fármacos como los antiinflamatorios, puede aumentar la permeabilidad a sustancias como los alérgenos. De esta forma, podría desencadenar o, incluso, agravar la alergia en ese individuo.
Los tratamientos de la alergia basan sus estrategias en administrar periódicamente al paciente cantidades crecientes de un extracto que contiene la molécula a la que tiene alergia, con el objetivo de lograr una pérdida gradual de sensibilización que pretende aumentar el umbral de detección de su sistema inmune. Sin embargo, aunque la cura para alergias como la del polen puede ser definitiva, el distintivo de atópico no se pierde fácilmente y muchos de estos síntomas pueden reaparecen misteriosamente.
Pero ¿por qué algunas alergias desaparecen solas?, de forma que muchos individuos alérgicos con la edad dejan atrás todos los síntomas asociados o, incluso, los sustituyen por otros ligados a nuevas sustancias.
En los casos en los que los síntomas que sufrimos durante nuestra edad infantil y juvenil desaparecen, los especialistas lo atribuyen a una desensibilización del paciente frente a los alérgenos a los que se ha ido exponiendo de forma natural. Es decir, ha ido perdiendo reactividad frente a ellos, por lo que acostumbrarse a la presencia de alimentos en la dieta, es decir, desensibilizarse a ellos, es una de las estrategias terapéuticas que se desarrollan con éxito en la actualidad para muchas alergias de la infancia, como las del huevo, el cacahuete o la leche.
Sin embargo, en muchas ocasiones, los graves síntomas originados requieren de la evitación de la sustancia alergénica o de un tratamiento de desensibilización controlada, la denominada inmunoterapia específica, bajo la supervisión de un especialista.
Esta tendencia natural de los síntomas alérgicos a desaparecer, en muchos casos en la población adulta, se está viendo impedida precisamente por determinadas condiciones ambientales y, con frecuencia, por la excelente calidad de vida de nuestros países desarrollados, y eso sucede por varios motivos. Por un lado, en el caso de las alergias respiratorias, por la presencia cada vez más frecuente de mascotas en nuestros hogares o de partículas contaminantes en el ambiente, ya que son auténticos vehículos para mantener los granos de polen suspendidos en el aire.
También influye la aparición, como consecuencia del cambio climático, de nuevas especies botánicas en nuestros campos y jardines resistentes a la sequía, lo que ha originado un aumento de la frecuencia de las alergias respiratorias.
Por otro lado, el alto umbral de higiene, el abuso de antibióticos y los problemas crónicos desencadenados por las intolerancias alimentarias han provocado la pérdida de tolerancia que un buen estado de nuestras mucosas y de nuestro sistema inmune supondría.